Acabo de hacer la reflexión de que las relaciones interpersonales, las de pareja en específico, se asemejan un poco al juego del buscaminas, partes con un campo en blanco, no sabes nada, y haces preguntas (clic) en distintas casillas para ver si hay pistas (numéricas) o bombas, con lo que acaba el juego.
Las pistas se van dando de a poco, a menos que uno tenga "suerte" y se despejen varias cuadrículas a la vez; cuando un apresura esto, el juego tiende a acabarse más pronto, y uno aprende de sus errores. Pasa que luego de jugar un par de miles de veces, te acostumbras pequeñas triquiñuelas que se pueden hacer o descubrir en el juego, pero éste sigue dependiendo de errores tuyos, si te equivocas en lo más mínimo, pierdes automáticamente, sin derecho a reclamo... ahora, puedes jugar el mismo juego, la misma partida, con la misma persona, pero sería volver a recorrer un camino idéntico, nada nuevo, ninguna nueva emoción, y es ahí cuando pierde el sentido, y te ves obligado a moverte, cambiar, comenzar un nuevo juego.
Hay veces en que tu último movimiento ya no depende de tí, sino de tu suerte, azar, destino, plan divino, mariposas en el caribe que hagan que la tormenta en el extremo oriente del planeta se desencadene.